John Newton tenía 33 años. Ya había vivido una vida plena, había enfrentado la muerte en varias ocasiones y había hecho cosas atrevidas y viles que la mayoría de la gente ni siquiera imagina. Y ahora, había llegado a este punto. Convertido hacía unos pocos años y recién retirado de la abominación de la venta de esclavos, Newton no podía evitar preguntarse si estaba siendo llamado al ministerio.
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